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«Viva Chile po» grita Milal y el eco rebota entre los picos nevados que rodean el lago. Es el borde entre Argentina y Chile, el comienzo de la gran aventura sudamericana. «Cuando seamos viejos deberíamos regresar y poner un hospital acá» dice Fuser. Su amigo asiente, es una idea brillante: trabajar haciendo lo que más les gusta, en ese paisaje espectacular de la frontera.

«¿Es tu primera vez fuera del país?» le pregunta. «Sí claro» dice él. Afuera está el desierto más seco del mundo y el autobús de Flota Barrios hará 36 horas de ruta entre Arica y Santiago. Es 1987. Ella se llama Carolina y es la terramoza. Tiene los ojos enormes, las manos muy delicadas. Con una sonrisa coqueta les explica a los dos hermanos peruanos que la admiran que ella también es fan de Soda Stéreo. Ellos acaban de comprar el casete de Signos en Arica. Uno de los alicientes de este viaje es llegar hasta Buenos Aires, la ciudad donde viven Cerati, Bossio y Alberti.

Al salir de Chañaral, después de la parada para almorzar, la música que sale de los parlantes del autobús es Nada Personal. Carolina les dice que ha convencido al chofer para que toque su caset. Él se queda dormido escuchando «Imágenes retro». Se despierta ─ve que su madre intenta dormir, su padre apunta datos en una libreta, su hermano y su hermana duermen. A través de la ventana sigue mirando el desierto, ese paisaje de arena endurecida que cambia de color hasta que se hace de noche.

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En la mina de Chuquicamata Fuser se enfrenta con uno de los capataces de la compañía minera.  Esa era la palabreja que usaba su viejo cuando no quería decir una grosería. «Chu…quicamata» y los hijos se quedaban intrigados. Sabían que la costumbre venía de los 10 años que su papá vivió de niño en Santiago. Eso de compañías mineras que se apropian de todo también lo había leído él en los libros de Manuel Scorza.

El canoso chofer argentino que los lleva desde Santiago hasta Mendoza viste con saco y corbata como si no existiera el verano sofocante de Santiago. Entre la cordillera sin embargo, hace mucho frío. Cuando se detienen a tomar fotos, el chofer apunta al Aconcagua, se aleja un poco y enciende un cigarrillo. Su madre les pide que se coloquen juntos  «A ver, los tres hermanos…»

Cuando pasan el cartel que anuncia la frontera, él dice: «La tierra del rock». Cuando Milal y Fuser entran a los pueblos del sur chileno el rock ni siquiera se ha inventado. Los pies de los muchachos se movían con el mambo. Entre el mambo y el tango se crea el nombre de la balsa que los del leprosorio en el Amazonas les regalan para que sigan su camino.

El primer viaje en avión de los tres hermanos peruanos fue a una ciudad en la orilla del río Amazonas. Sus tíos vivían en una villa militar. Allí los niños correteaban descalzos hacia una piscina que se parecía mucho a la de Lima hasta que empezaron los truenos, la lluvia torrencial y los gritos: que salieran corriendo, que se metieran en la casa. Unos minutos después dejó de llover, salió el sol e hizo calor otra vez. Él tenía 7 años y jamás vio nada igual.

Eso del racismo y la desigualdad lo veía entre su familia pero sabía que si decía algo lo iban a acusar de comunista. Según su tío aprista todo se podía entender si leías los ensayos de Haya de la Torre. Había dos vasos llenos de agua y el agua que sobraba era el capital que utilizaba el imperialismo para ahogar a los países del tercer mundo. Tal vez por eso se ilusionó tanto cuando el partido de su tío alcanzó el poder. Y ya saben lo que pasó.

motocicleta1A su otro tío, el que fue alcalde por Acción Popular, casi lo mata Sendero Luminoso. Lo iban a matar sólo porque era el alcalde. No importaba si nunca robó. Tampoco si trabajaba por la utopía de darle a su pueblo luz eléctrica, agua y desagüe y descuidaba su chacra hasta el punto de quedarse tan pobre como los pobres que quiso defender. Años después, la amiga con la que viajó por el sur de Chile─quizá mientras reposaban en la playa de un lago desde donde se veía el volcán Osorno─ le contó la historia de los padres de sus amigas populistas que se hicieron millonarios de modo indebido.

Tras la reforma agraria, algunos parientes leales al gobierno del General Velasco se aprovecharon del cargo. Formaron cooperativas y se quedaron con el dinero destinado a comprar máquinas e insumos. Tal vez por eso desconfiaba tanto de la izquierda.

Formado en un colegio demócrata, a él no se le ocurrió otra cosa que criticar el Fujimorazo. A pesar de que─como muchos en su colegio─ también tiene historias con Keiko Fujimori y sus hermanos. Su mejor anécdota fujimorista sin embargo es aquella de cuando caminaba con su amigo Kanamori frente a la Universidad de Lima y en pleno proceso electoral de 1990 alguien les gritó desde un carro: «Estoy contigo Chino». Su familia suele olvidarse de los rumores que decían que Vladimiro Montesinos pensaba apropiarse de las tierras frente al mar donde pasan todos los veranos en Arequipa para vendérselas a una empresa de hoteles. Montesinos tuvo tanto poder que nadie le pudo haber dicho que no. También se olvidan de que una de las mejores amigas de la universidad de su hija está convencida de que Montesinos mandó matar a su papá.

Él sabe que admiran en el viejo Fujimori lo que a los otros políticos peruanos les falta: callarse la boca un poco y trabajar más. También que le diera más armas y poder a la policía para combatir a la delincuencia y que reconstruyera las carreteras por las que no se podía transitar. Eso de trabajar mucho es una herencia de sus padres: a mediados de los 1900 ser inmigrante japonés equivalía a ser peruano de segunda clase. Que yo sepa los descendientes japoneses de mi generación saben hablar hasta por los codos y que nadie los obligue a trabajar más de lo necesario. Y son buenas personas, pero también lo son mis amigos hijos de inmigrantes chinos, de palestinos y de judíos. Fujimori ganó en 1990─esa es su teoría─primero porque Vargas Llosa no tuvo manija para controlar a los imbéciles que inundaron el Perú con su propaganda para senadores y diputados. Parecía que el desastroso gobierno de Alan García no había afectado sus enormes billeteras. Segundo: porque la gente creyó─y Fujimori se encargó de reforzar esa idea─que si ganaba, el todopoderoso Japón nos iba a venir a dar una mano. Creían que el emperador nos iba a regalar suficiente dinero e inversión como para escapar de la pobreza extrema.

motocicleta6«¿Cómo es que los españoles pudieron arrasar una civilización capaz de construir Machu Picchu para levantar una ciudad tan horrible como Lima?» se pregunta Fuser. Consideremos que en los años 50s Lima no era ni la décima parte de lo cochina que era entre 1980 y 1990. Espero que nunca se les olvide a los limeños que fue Alberto Andrade, un gordo mestizo, un empresario de clase media alta, el que rescató a Lima del estado de abandono en el que estaba. No fue un político de partido. Antes que él los alcaldes se limitaban a obedecer lo que dictaba la cúpula desde Palacio. Sino hubiera estado Andrade en la Municipalidad quién sabe lo que hubiera hecho el gobierno de Fujimori con Lima. La ciudad se habría llenado de obras de mal gusto, como esa pista mal diseñada y ese museo/restaurante construido con apuro sobre el Cerro San Cristóbal: gran ejemplo de una buena idea mal ejecutada.

Los viajes nos abren los ojos. A Fuser se le abrieron tanto que se convirtió en el Che Guevara.

Después del primer viaje a Chile y Argentina él hizo otro más largo, esta vez solo, hasta Rio de Janeiro. Cruzó Bolivia, después recorrió Argentina sin un centavo, con una amiga, tirando dedo.  Con muy poco dinero llegó y pasó tres semanas en Bogotá. Fue a Europa. Salió de Galicia, recorrió Portugal con muy poco dinero, tiró dedo y terminó en Nuremberg de copiloto de un camión. Estuvo casi un mes en Londres y llegó sin saber muy bien cómo hasta Nueva York. En esos viajes pidió dinero a extraños. Durmió en una vereda, estuvo a punto de morir. Ahora sabe identificar acentos y se orienta bien frente a un mapa. Hoy se cree capaz de juzgar a las personas olvidándose de su color de piel.

También aprendió a no creerle a los que sueltan aquello de que «esas cosas solo pasan en este país». Los paises son bordes artificiales y siempre llenos de sangre.

Todos los fotogramas de esta entrada pertenecen a Diarios de motocicleta, el filme dirigido por Walter Salles basado en los diarios escritos por el joven Ernesto Guevara durante un viaje de juventud por Sudamérica en 1950.